Hay un méndigo que vive en nuestra
vecindad, en Queens. Él antes pedía dinero, pero un día empezó a pintar.
Fue a un centro de reciclaje y tomó latas de pintura viejas. La mayoría
de las latas todavía contenían pintura en ellas. Dios sabrá en dónde
consiguió la brocha. Pero empezó a pintar en cualquier cosa que pudiera
encontrar —tablas, papel, lo que sea que tuviera una superficie plana—. Y
también era muy bueno. Hizo paisajes, pinturas de los lugares de la
vecindad, perros, algunas cosas fantásticas y geniales… este tipo era el
maldito Miguel Ángel de los méndigos. Las vendía por 50 centavos o un
dólar. Luego usaba el dinero para comprar alcohol y beber hasta quedar
en coma. Ya sabes, el típico artista.
Pero entonces empezó a ofrecer retratos. A
nadie le gustaban, no sabía por qué. Le comenté a una vecina sobre eso,
quien tenía un retrato hecho por él, y me dijo que la perturbó y que no
se parecía en nada a ella. Le pregunté si podía verlo; era hermoso. «Es
increíblemente realista», le dije… ella respondió dándome una cachetada
muy fuerte y diciéndome que me fuera de su casa. Luego dejó de hablar
conmigo.
Sin embargo, estaba tan impresionado que
le pregunté al susodicho artista si podía hacer uno de mí. Dijo que
serían unos dos dólares; le pagué y me dijo que estaría terminado para
el día siguiente. Entonces pasé a su puesto habitual el día acordado,
ansioso por verlo, pero no estaba allí. Me puse furioso por un momento,
pensé que me había estafado, hasta que noté que al lado del edificio
estaba mi retrato, tapado con mi nombre y una nota pegada en él. La nota
decía, simplemente, «Buena suerte».
Destapé la pintura y estaba horrorizado.
Me veía distorsionado, en formas que me hacían doler los ojos. Estaba
claramente muriendo en el retrato, si no era que estaba muerto. Insectos
y cuervos se alimentaban de mí.
No me había fijado en mi vecino que estaba detrás de mí, hasta que dijo, «Hey, se ve bien. Me gustaría tener uno también».
Lo dijo de forma casual y siguió
caminando. Se veía distorsionado y extraño. Caminaba con una cara sin
forma. Cuervos e insectos colgaban de él, se alimentaban de él. Miré
hacia atrás. Todos y todo se parecían a como estaba retratado yo en la
pintura. Ahora todo lo que veo hace que me duelan los ojos. Todo es
horrible y feo. Y todos me dicen lo lindo que es mi retrato. Sin
importar lo que haga, no puedo convencerlos de que no deben hacerse uno.
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