Es verdad eso de que el internet no debe tomarse a broma, y Silvia lo sabe muy bien, pero empezaré desde el principio.
El padre de Silvia murió unas semanas
antes de que ella cumpliera los dieciséis años. Lo más reciente que
quedaba de él era un móvil, que le había comprado a ella antes de morir,
e iba a ser su regalo de cumpleaños.
Silvia era una chica muy inteligente, con
una larga melena de color negro y unos ojos marrones muy claros y
preciosos. Un día ella estaba navegando por internet con su móvil nuevo y
se le ocurrió revisar el historial del navegador, así porque sí. Fue
pasando días con sus respectivos registros hasta que llegó a casi un mes
antes de su cumpleaños, cosa que le extrañó, porque no esperaba que
alguien hubiera usado su móvil antes que ella.
En ese día encontró un enlace web muy
extraño con muchas letras y números que parecían escritos
aleatoriamente. La curiosidad la venció e hizo clic en el enlace. Al
darle, apareció un aviso, que decía: “¿Estás seguro de que quieres
entrar?”, pero Silvia no se lo pensó dos veces y le dio en “aceptar”.
Todo parecía normal y corriente, aunque el diseño de la web era un poco soso. Silvia empezó a leer la página:
”Lo primero que digo es que no pienso
cargar con ninguna responsabilidad, tus actos son cosa tuya. A
diferencia del juego, las reglas son muy simples: vas a tener que
utilizar toda tu habilidad y don de búsqueda para encontrar tantas
fichas como años tengas (el juego sabrá cuántas tienes que encontrar).
Lo complicado viene ahora: entre ficha y ficha tu móvil irá perdiendo la
conexión a internet”.
Al final del texto, más grande y en negrita, ponía: “No te quedes sin conexión”.
Más abajo había un enlace para empezar a jugar.
Silvia sonrió divertida por lo serias que
parecían aquellas palabras, y le dio al enlace para divertirse un rato.
Al darle, la pantalla de su móvil se puso blanca y proyectó una luz tan
intensa que la hizo cerrar los ojos. Al abrirlos, se encontró con que
ya no estaba en la cama de su habitación, sino en una cama de hierro con
sábanas viejas. Delante y detrás de ella había dos paredes bastante
deterioradas. A su izquierda había varios barrotes que separaban la
habitación de un oscuro pasillo. Finalmente, a su derecha, había un
enorme agujero en la pared lo suficientemente grande como para pasar por
él.
Silvia se quedó helada al comprobar que aquello no era un sueño, que esa situación era real, que el juego era real.
A los pocos segundos se recuperó y
recordó las reglas del juego. Miró la pantalla de su móvil y vio cuatro
barras verdes sobre un fondo blanco ocupándolo entero. Tenía que darse
prisa si quería salir de allí.
Atravesó el agujero de la pared y miró a
ambos lados. Se encontraba en un pasillo que daba a varias habitaciones
similares entre ellas. Silvia echó a correr por el pasillo, doblando
esquinas y encontrando más habitaciones. Estuvo así unos cinco minutos y
volvió a mirar la pantalla de su móvil y comprobó horrorizada que sólo
quedaban dos barras llenas. No pudo aguantar la presión y lo único que
se le ocurrió fue sentarse en el suelo, enterrar la cara entre sus
brazos y echarse a llorar.
Pasaron otros cinco minutos y Silvia miró
la pantalla de su móvil a tiempo para ver cómo se agotaba la última
barra. En ese momento se escuchó un ruido al final del pasillo, un ruido
como de cadenas, un ruido que se iba acercando. Ella cerró los ojos con
fuerza y, cuando tenía el ruido al lado, los abrió para ver justo
enfrente de ella unos ojos que reflejaban una locura desgarradorra con
sólo imaginarla, pero que le resultaron familiares.
Dos meses después
Pablo iba caminando por un largo pasillo
que daba a varias habitaciones similares entre ellas. Su cara estaba
surcada por gruesas lágrimas y sólo podía pensar en su familia. En su
hermana muerta hace dos meses y su padre hace tres. En su madre a la que
quería abrazar. En sus amigos, con los que quería jugar.
De repente se escuchó un ruido al final
del pasillo, un ruido que se fue acercando. Pablo miró la pantalla de su
móvil y vio que ya no quedaban barras. Al mirar de nuevo al pasillo,
vio a una criatura acercarse, una criatura horripilante, con la espalda
encorvada, las manos esqueléticas, la cara ensangrentada, una sucia y
grasienta melena negra y unos ojos que daban a entender que antes habían
sido marrones, muy claros y preciosos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario