Liliana esperaba con
ansias la llegada de su primogénita, esa criatura que tanto habían
soñado ella y su esposo, Lord Frederick. Tan segura estaba de que sería
una niña, que todas las noches imaginaba su apariencia hermosa con piel
blanca como la nieve, cabellos tan negros como una noche sin luna ni
estrellas y labios rojos, tan rojos como la sangre fresca…
De pronto empezó a sentir un dolor muy
agudo en el vientre e instintivamente llevó sus manos a él, mientras se
doblaba del dolor y veía cómo el inmaculado vestido que llevaba puesto
empezaba a teñirse de rojo hasta los pies, haciéndola gritar por ayuda.
Fueron horas de labor y dolor el dar a
luz a esa criatura hermosa, tanto así que la salud de Liliana empezó a
decaer, día a día, y ella dejó de ser la misma.
Los siguientes meses transcurrieron
dentro de un ambiente de calma y alegría, mezclado con incertidumbre
para Lord Frederick, ya que su felicidad no podía ser completa si tenía
que ver cómo la belleza y juventud de su amada esposa se consumían
rápidamente con el pasar de los días; en cambio, su hija crecía, y
empezaba a dar sus primeros pasos.
Liliana murió al cabo de un año, dejando huérfana a su pequeña Lilly, y a Lord Frederick con un dolor profundo.
A los ocho años Lilly se había convertido
en una niña hermosa, pero malcriada, y podría decirse que hasta
malvada: gozaba maltratando a las hijas de los sirvientes, atrapaba
ratones para luego ahogarlos en un balde con agua y cazaba aves pequeñas
para arrancarles las alas, mientras su mirada se tornaba en algo
grotesco…
Un día Lord Frederick la mandó a llamar
para anunciarle que tendría que salir de viaje, puesto que iría a
conocer a quien sería su nueva esposa. Esto a Lilly no la complació en
lo absoluto y sólo respondió con una mueca, echando a correr. Su
comportamiento seguía empeorando, permanecía horas encerrada en la
habitación de su madre cepillando su cabello frente a un gran espejo,
con la mirada perdida en el vacío de su reflejo.
Pasó un tiempo antes de que Lord
Frederick regresara a su castillo. Al parar el carruaje en el que venía,
bajó y se quedó parado con la mano extendida a la puerta del vehículo
tomando la mano de una hermosa mujer. Detrás de ella, un hombre apocado y
aparentemente con retraso mental cargaba una caja de madera. Lord
Frederick buscó a Lilly entre el mar de gente que llagaba a recibirlos;
una de las sirvientas la traía de la mano, la pequeña llegó con la
mirada baja y una de sus manos cerrada en un puño.
Lord Frederick la llamó pero ella no
respondió, haciendo que quisiera darle una reprimenda, pero la hermosa
mujer a la que aún sostenía de la mano lo contuvo suavemente, al mismo
tiempo que se inclinaba para saludar a la pequeña. Lilly la observó
desafiante, pero la mujer no dejó de sonreír y preguntó a la niña si
podía mostrarle su mano. La mirada de Lilly se tornó maliciosa, y abrió
su puño para dejar ver el cuerpo de un ratón desollado y sin ojos.
Sin perder la compostura, la bella dama
le preguntó si no preferiría cambiarlo por lo que sostenía el hombre,
hermano de Lady Claudia —así era como se llamaba la bella mujer—. Ésta
tomó la caja en manos de su hermano y al abrirla apareció un cachorro.
Se lo mostró a la niña; ella dejó caer el ratón, sacó al cachorro, se
dio media vuelta y se alejó saltando y cantando dejando a Lady Claudia
encubriendo el enojo que le provocó por haberla ignorado… Al día
siguiente se celebraba la boda entre su padre y Lady Claudia, pero Lilly
no salió de la habitación de su madre y lloró amargamente frente al
espejo.
Horas después los recién casados se
encontraban dormidos. Lady Claudia empezó a sentir cómo algo goteaba en
su cara. Se enderezó en la cama, pasó su mano por el rostro… ¡sangre!,
era sangre de lo que se mancharon sus dedos. Miró hacia arriba y el
cachorro que le había regalado a Lilly prendía de la cabecera degollado;
pero ella no gritó, sólo tomó lo que quedaba del animal y se dirigió a
la habitación de la niña. Al entrar se sentó en la cama y despertó a la
pequeña con un beso en la frente. Lilly abrió los ojos, y entonces le
dijo en voz muy baja:
—Es mejor que no me tomes como a tu rival pequeña, porque puede que pierdas la guerra.
Con el pasar de los años Lilly se
convirtió en una adolescente bella e inteligente, mucho más que su
difunta madre, pero con una personalidad cruel y sanguinaria. Su
madrastra esperaba a su primer hijo, y Lord Frederick organizaba una
gran fiesta para celebrar el cumpleaños de su hermosa primogénita. Por
esta razón, Lady Claudia ofreció a Lilly el vestido que ella usó cuando
cumplió dieciséis como una muestra de tregua a su pequeña guerra. La
joven aceptó el vestido y caminó hacia la habitación de su madre.
Esa noche, Lilly apareció en la fiesta
ataviada con uno de los vestidos de su madre. Lady Claudia se enfureció
mientras veía bailar a su hijastra, y su esposo estaba embelesado porque
su hija le recordaba a Liliana. La mujer empezó a sentir contracciones,
y horas después el bebe nació, muerto. Lord Frederick quedó devastado…
pero no se comparaba al dolor de la madre fallida, quien gritaba a todos
que la dejaran en paz y llamaba a voces a su hermano. Lilly contuvo una
risa de victoria.
Tras haber perdido su belleza, Lady
Claudia se encerró en sí misma, hasta que un día dejó la habitación para
vagar por los pasillos del castillo, y al dar con la habitación de
Liliana, sintió como si una voz la instigara a entrar. Lo hizo, y caminó
hasta quedar frente a un espejo inmenso con bordes dorados.
Hipnotizada, se sentó en el banco junto a él y miró fijamente su
reflejo, ya no gozaba de juventud… Empezó a llorar, y gritar, que todo
era culpa de esa mocosa. Intentó destruir el amado espejo de Liliana,
pero su reflejo la detuvo, y hablando como si tuviera vida, y haciéndola
sentir que perdía la razón, le prometió devolverle su juventud y
belleza siempre y cuando estuviera dispuesta a hacerle unos pequeños
favores…
Así fue como Lady Claudia había
rejuvenecido ante la mirada llena de odio de Lilly. Cegada por su
sentimiento de triunfo, envió a Lilly a un viaje con el pretexto de que
necesitaba conocer el mundo. Pero le pidió a su hermano que la
escoltara, y se asegurara de que sufriera un «accidente» en el camino.
Mientras tanto, Lady Claudia se encargaría de vengarse de su amado
esposo, quien siempre prefirió a Lilly por sobre ella.
La noticia de que Lilly y su hermano
habían desaparecido sin dejar rastros no tardó en llegar. Aunque esto
destrozó aún más a Lord Frederick, la evidente muerte de su hermano no
significó nada para Lady Claudia, y siguió envenenando a su esposo y
llenándolo de dolor, decidida a hacer de él un despojo humano. En
cuestión de noches Lord Frederick había perdido completamente su
espíritu y vagaba por el castillo llorando y buscando desesperado a
Lilly, pero ella no contestaba su llamado.
Todo sería distinto una noche de
invierno, cuando el ambiente en el castillo era más tétrico que de
costumbre. Lady Claudia paseaba por la habitación que era de Liliana
llevando en brazos un pequeño bulto, tarareando una y otra vez la misma
canción. De repente, se escucharon gritos a la entrada del castillo;
Lady Claudia posó el bulto en la cama para asomarse por la ventana. Uno
de los guardias había sido degollado y destrozado mientras los demás
huían despavoridos como si una jauría de lobos los atacara. Eran siete
hombres corpulentos, aullando de placer, desgarrando a los guardias uno a
uno ¡con sus propias manos y dientes! La sangre que brotaba de sus
víctimas manchaba sus rostros y caía impúdica sobre la blanca nieve…
Lady Claudia se aterrorizó y quiso correr
a asegurar las puertas de la habitación, pero ya era demasiado tarde,
una figura se asomaba a la puerta sonriendo, tan maliciosamente como
siempre. Era Lilly. Lady Claudia se preguntaba cómo es que había
sobrevivido, la niña se limitada a sonreír. Uno de sus brazos escondía
algo detrás de su espalda. Lady Claudia la miraba con horror y
curiosidad; ¿qué era lo que ocultaba?
¡La cabeza de su hermano!, que había
cercenado y mutilado, ahora sus ojos eran unas cuencas vacías y su boca
abierta no era más que un agujero sin dientes ni lengua, sólo una masa
de carne y sangre coagulada y mal oliente. Lady Claudia gritó e intentó
huir, pero Lilly fue más rápida, lanzándole la cabeza de su hermano para
hacerla tropezar y caer. Rió como una psicótica tomando a su madrastra
por los cabellos para obligarla a ver la orgía de sangre que practicaban
los siete hombres afuera. Cómo destrozaban los cuerpos de sus víctimas y
mascaban la carne cruda que arrancaban con sus dientes… se escuchaba
cómo crujía la carne entre sus mandíbulas.
Un leve llanto captó la atención de Lilly
y llenó de pánico a Lady Claudia. Soltó a su presa azotándola contra la
pared para dirigirse a la cama y destapar el pequeño bulto que tanto
atesoraba. Con una sonrisa retorcida, lo recogió, y caminó al espejo
extendiendo los brazos y mirándolo con recelo…
—Espejo, espejo sobre la pared. Veo que
te has divertido en mi ausencia —dijo con reproche hacia su reflejo,
pero poco duró su trance ya que un dolor agudo y punzante atravesó su
espalda. Lady Claudia la había apuñalado justo en el centro del corazón,
pero Lilly sonrió y giró su cuerpo, mirando fijamente a la mujer,
burlándose del acto desesperado por deshacerse de ella.
El reflejo de Lilly ardió en llamas
azules y empezó a cambiar frente a una atónita Lady Claudia. La forma
que tomó fue la de un demonio de piel pálida, como la blanca nieve, de
ojos negros, profundos, como la noche, una sonrisa retorcida y tan roja
como la sangre fresca…
Tiempo después se celebraba en el
castillo la boda de Lilly y un noble de tierras vecinas. El padre de
Lilly se había desvanecido, así como Lady Claudia, y todo empezaba a
prosperar de nuevo en el castillo. Lilly esperaba la llegada de su
primer hijo y se le veía caminar feliz por los pasillos con algo entre
sus manos, hasta que se detuvo en la que alguna vez fue la recámara de
su madre, sellada años atrás.
Quitó el seguro de las puertas y caminó hacia el espejo, diciendo:
—Espejo, espejo sobre la pared, no te podrás quejar, ya tienes compañía, y pronto tendrás un heredero más que te alimentará.
Dijo esto mirando directamente hacia el
espejo, mostrando al demonio sonriendo complacido y, al fondo del
reflejo, a los siete hombres torturando a Lady Claudia y a Lord
Frederick.
Lilly arrojó lo que tenía entre las manos
hacia un rincón de la habitación y una pequeña criatura salió de entre
las sombras para devorar el cuerpo de un ratón, ante la sonrisa malévola
de la futura madre...
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